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Las cuatro estaciones de la vida

“No todos moriremos; pero todos seremos transformados” (1 Corintios 15:51)


Una de las cosas más importantes para el ser humano es lograr establecer relación con Dios; y sentirse en íntima asociación Él.

La vida del ser humano puede dividirse en cuatro etapas o tiempos, así como el año se divide en las cuatro estaciones. Yo podría decir sin lugar a equivocarme que en cada mujer hay primavera cuando da a luz un hijo.


La primavera es sinónimo de comienzo y crecimiento. La vida que parecía estar escondida brota nuevamente al brotar la vegetación, hay una alegría por vivir y los días están llenos de nueva vida. La palabra primavera puede asociarse con vida, juventud, sol, aire, es un tiempo en que las cosas están con mayor vigor, hermosura y frescura.


Cuando venimos al mundo y como niños despertamos a la vida que nos rodea nos asombramos de todo lo que vemos a nuestro alrededor. El Cristo morador sonríe con todo lo que le rodea, somos puros y no vemos el mal en nada ni en nadie.

Es por esta razón que Jesús dice que tenemos que ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos.


Jesús dijo: “–De cierto os digo que si no volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 18:3)

Jesús presenta como modelo a los niños porque tienen una actitud de absoluta confianza y de humilde dependencia. Y esto es requisito para cada uno de nosotros si queremos entrar en el reino de los cielos. Tenemos que tener absoluta confianza en Dios y depender de Dios sobre todas las cosas.


Por lo general los niños confían en sus padres y le piden con seguridad las cosas que necesitan o que desean tener. Gracias a esta dinámica de vida es muy fácil para un niño pensar en Dios como un Padre. El problema con esta visión de Dios es que lo hemos humanizado y lo hemos utilizado para disciplinar a nuestros hijos de la misma manera que típicamente lo hacemos nosotros los padres.


El enfoque ha sido un Dios que está pendiente todo el tiempo de nuestro comportamiento y si no nos comportamos de acuerdo a sus expectativas recibiremos un gran castigo. Esta visión ha causado en muchos niños miedo a Dios en vez de educarlos para que amen, confíen y se sientan unidos a Dios. La falla ha estado en el enfoque que nosotros, los padres, le hemos dado a la relación de nuestros hijos con Dios. Yo diría que en la medida que el niño va creciendo y se sometemos a los juicios y prejuicios de los mayores va conociendo lo que es malo y lo que es bueno.


Luego a medida que el niño crece, entra en el calor de la adolescencia, es verano. Típicamente es una edad difícil ya que muchos adolescentes desafían la autoridad de sus padres, desean mayor libertad y tienen inquietudes importantes tales como la sexualidad, el noviazgo, el matrimonio, la confianza y el sentido de la amistad entre muchas otras más. La sociedad o la raza tiene respuestas para cada una de esta interrogantes pero Dios tiene otras respuestas diferentes. En este tiempo típicamente lo importante es el goce de la vida, las fiestas, y un alto enfoque en el desarrollo de nuestra personalidad.


El Predicador tiene varios consejos para los jóvenes, de los cuales debemos tomar nota. Nos dice: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia… Quita, pues, de tu corazón el enojo y aparta de tu carne el mal, porque la adolescencia y la juventud son vanidad. (Eclesiastés 11: 9,10) Y añade: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud…” (Eclesiastés 12:1)


La palabra vanidad usada en el sentido que se usa en esta cita significa todo aquello que es vacío, inconsistente y fugaz [o sea pasajero] como un soplo o una ráfaga de viento. Este palabra se utiliza también para poner de relieve el carácter frágil y transitorio de la condición humana sobre la tierra.(Eclesiastés 1:1-2 nota c) El predicador nos aconseja que con alegría en nuestros corazones disfrutemos este tiempo de la adolescencia en las cosas buenas de la vida. Que en nuestro corazón no haya enojo contra nada ni nadie y que nos apartemos del mal y de hacer cosas erróneas de las cuales nos tengamos que lamentar después.


Pero sobre todo, el Predicador les dice a los jóvenes que se acuerden de su Creador en esta etapa de sus vidas. La condición humana es tal que cuando las cosas nos van bien no nos acordamos de nuestros padres terrenales, pero cuando la vida toma otro rumbo y nos enfrentamos con dificultades, entonces nos acordamos que tenemos unos padres y a ellos acudimos. La adolescencia para muchos es la historia del hijo pródigo. El hijo tomó su herencia y se fue a un país lejano y gasto todo lo que tenía, y cuando se vio en la pobreza extrema, se recordó que tenía un Padre y decidió volver a Él. El Predicador nos advierte sobre esto exhortando a la juventud a que mantenga una relación con Dios: “Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud.” (Eclesiastés 12:1)


Y ciertamente nuestra Escuela Dominical está haciendo un trabajo muy importante con nuestros niños y jóvenes, porque les está enseñando que Dios es bueno, y sobre todas las cosas que Dios es amor. Nuestra comunidad espiritual está interesada en que estos niños y jóvenes nunca se olviden de Dios, para que siempre estén conscientes de la Presencia Moradora que es Dios habitando corporalmente dentro de cada uno de ellos. Y que de esta manera aprendan a respetar sus cuerpos en el reconocimiento de que ese cuerpo es la casa de Dios. Nuestra meta como comunidad espiritual es contestar todas las interrogantes que los niños y nuestros jóvenes puedan tener sin tapujos siempre con la verdad.


Entendemos que ofreciéndoles una buena educación espiritual creamos en ellos el fundamento espiritual para que ellos tengan una vida feliz, próspera y exitosa; y los preparamos para enfrentar los retos de la vida desde una más alta perspectiva, con fe y confianza en el poder de Dios obrando en sus vidas. Una vez entramos en la adultez nuestra vida toma un nuevo rumbo; vamos madurando entramos en el Otoño. La manera de ver la vida va cambiando a medida que vamos tomando nuevos roles. La familia y el trabajo se vuelven el centro de nuestra atención.


Nuestra responsabilidad como proveedores de nuestros hijos es grande, tenemos que educarlos y a la vez suplir todas sus necesidades; nuestros trabajos ponen en nuestros hombros mayores responsabilidades cada día. Nuevamente, no debemos echar a Dios a un lado, este es un tiempo de reflexión y de consolidación de nuestra relación con Dios. Dios es nuestro guía, es un principio dador de vida y Fuente de abundante provisión. Es tiempo de sembrar y de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para unificarnos cada día más con la Presencia de Dios en nuestras vidas.


Es tiempo de orar juntos cada día en el seno familiar. Pero sobre todo cada uno de ustedes los adultos, deben estar plenamente conscientes de que día a día deben continuar fortaleciéndose en la fe, y en el amor. Deben continuar educando a sus hijos académicamente y espiritualmente, sirviendo con amor a su pareja [aquellos que la tengan] y a su prójimo de manera incondicional, sólo por el amor de servir. Amigos, la vida sigue transformándose y tomando nuevo sentido y significado a medida que vamos viviendo la vida que tenemos por delante.


Pablo nos exhorta diciéndonos a cada uno de nosotros: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño… pero cuando ya fui hombre, deje lo que era de niño.” (Corintios 13:11) Esto es, en cada nueva etapa de nuestras vidas tenemos que soltar y dejar ir la etapa anterior. Así ocurre con cada estación del año, cada vez que entra una nueva estación, la anterior queda atrás.

Y a medida que el otoño termina, comienza el invierno, un tiempo en donde debemos centrarnos en las cosas del Espíritu y sellar nuestra relación con Dios. Es un tiempo para vivir más en el centro que en la circunferencia de nuestro ser; es un tiempo de transformación y unificación con nuestro Cristo morador.


Es un tiempo para afirmar: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he [desechado] por amor de Cristo. Por amor a él lo he [desechado] todo y lo tengo por basura para ganar a Cristo… Quiero conocerlo a él [cada día más] y el poder de su resurrección y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte, si es que de alguna manera logro llegar a la resurrección entre los muertos.” (Filipenses 3:7,8, 10) Porque “no todos moriremos; pero todos seremos transformados.” (1 Corintios 15:51)


Y esto es una gran verdad, y nuestro propósito en nuestra comunidad es que te vayas transformando de gloria en gloria ciertamente soltando lo que te queda atrás y extendiéndote a lo que te queda por delante prosiguiendo a la meta, al premio de la resurrección en Cristo Jesús.


Dios te bendice si sabiendo estas cosas las haces.


Amén.

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