Levántate como Jesús se levantó
“Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” (Juan 12: 32)
Hoy es un día de fiesta y de gozo en el mundo cristiano, pues celebramos la resurrección de Jesucristo. Celebramos la resurrección de aquel que dijo: “—Destruid este templo y en tres días lo levantaré.” (Juan 2:19)
La mayoría de los cristianos ven el acontecimiento de la resurrección como un evento milagroso, una demostración de lo que solo Jesús pudo hacer por dispensación divina. Pero Jesús a muy corta edad hizo un gran descubrimiento. Se percató de que la plenitud de la Divinidad vivía corporalmente en Él. A poca edad Jesús daba señales de su inclinación y dedicación a la obra de Dios.
Las Escrituras relatan que sus padres iban todos los años a la fiesta de la Pascua en Jerusalén. Y que cuando el niño tenía doce años “subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta” y acabada la Fiesta regresaban a Nazaret pero el niño Jesús se quedó “en Jerusalén sin que lo supieran José y su madre.” (Lucas 2:40-44)
Al percatarse de que el niño no estaba con el grupo de regreso a Galilea Sus padres volvieron a Jerusalén a buscarlo. Y “aconteció que tres días después lo hallaron en el Templo, situado en medio de los doctores de la ley, oyéndolos y preguntándoles. Y todos los que lo oían se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.” (Lucas 2:46-48)
Estos relatos son evidencia de que Jesús estaba sumergido totalmente en un período de preparación espiritual que culminó con Su bautismo llevado a cabo por Juan El Bautista y finalmente en el desierto donde “fue llevado por el Espíritu” para permanecer allí “por cuarenta días” (Lucas 1-2)
Allí permaneció en ayuno durante todo ese tiempo y fue tentado en todos los aspectos. Todo esto es evidencia de un largo, laborioso y riguroso período de preparación que duró treinta años para poder lograr estar fortalecido espiritualmente y llevar a cabo la misión que Dios había dispuesto para Él. A Jesús nada se le dio en bandeja de plata. Jesús tuvo que ganarse Su gloria día a día, todos los días. Y tú y yo tendremos que hacer algo similar si queremos seguir a Jesús en el camino de la resurrección a la vida eterna.
Algo tiene que estar bien claro en nuestra consciencia y es que la resurrección no es algo que se le ofreció a Jesús por dispensación divina, sino que es algo que Él logró y se ganó por medio de Su preparación y esfuerzo personal. Nuevamente, todo esto fue el resultado de un prolongado y laborioso entrenamiento espiritual que lo capacitó para poder entregar Su voluntad personal para así permitir que se hiciera la voluntad de Dios en Su vida.
En la medida en que tú y yo nos vamos entrenando y capacitando para permitir que día a día se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas nos vamos ganando el derecho de resucitar así como Jesús se lo ganó. Y para esto hay tres pasos que tienes que dar: primero tienes que purificar tu templo que es tu cuerpo y tu alma; segundo tienes que apropiarte conscientemente de la substancia y la vida de Dios en ti, y finalmente tiene que consagrarte al servicio de Dios.
Decía yo en un mensaje anterior que no es suficiente arrepentirnos, tenemos que demostrar con nuestras acciones de una manera consistente que real y efectivamente ha habido un cambio en nuestra consciencia. Que no somos lo que éramos antes, que somos una nueva criatura en Cristo. Y esa purificación del templo de la cual se hace mención en Las Escrituras no es otra cosa que limpiar nuestro cuerpo de todo tipo de actividad e interés humano buscando ganancia personal, satisfacción y gratificación en los sentidos (placeres). Igualmente tenemos que limpiar nuestra mente del error y terminar de una vez con toda de dejarnos llevar por la “razón de los sentidos.”
Este proceso de purificación tiene muchas vertientes en cada uno de nosotros, pero si somos obedientes al Espíritu de Dios que mora en nosotros, se nos revelará qué hacer para liberarnos del cautiverio de la carne y de la conciencia de la raza.
El segundo paso es el de apropiación; es aquí en donde tú conscientemente comienzas a realizar en ti la gran Verdad de que Dios y tú son una sola cosa. “El que me ha visto a mí ha visto al Padre.” (Juan 14:9)
Esto requiere que afirmes diariamente “El padre y yo uno es”; y que asumas la responsabilidad en pensamiento palabra y acciones los que esas palabras implican. Nunca harás, ni dirás, ni pensarás, nada que este fuera de la Mente de Dios, esto es, del dominio y campo de acción de Dios. Literalmente tienes que convertirte en un Cristo divino y viviente.
Jamás se te ocurra decir una mentira, y jamás digas que vas a hacer algo cuando no lo vas a hacer, o hagas promesas que no vas a cumplir. Jamás hables mal de una persona, jamás condenes o critiques, y jamás tomes nada personal. Y “que tu hablar sea: Sí, sí, o no, no, porque lo que es más de esto de mal procede.” (Mateo 5:37)
Y el tercer paso y no menos importante es el de consagrarte al servicio de Dios. Tal y como decíamos en el mensaje de Servicio de Comunión Espiritual, “Nos consagramos reconociendo nuestro propósito de dar testimonio solo de la Verdad; de hablar la Verdad, escuchar la Verdad, de ver la Verdad [y de ser la verdad] según nuestra mejor habilidad y comprensión.” Así podemos decir con Pablo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20)
Hoy ciertamente es un día de gozo y alegría porque si es cierto que por causa de un hombre, el hombre Adán, entró el pecado, la condenación y la muerte [al mundo], por medio de Jesucristo entró la justicia, la salvación y la [resurrección a] la vida [eterna]. (Romanos 5:5 nota t).
De modo que si “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22)
Nuevamente les recuerdo que la resurrección no es una utopía esto es el producto de una vida dedicada enteramente al servicio de Dios. Todavía te queda toda una vida por delante, comienza ahora con fe, dedicación y entusiasmo y verás la gloria de Dios en ti.
¡Dios te bendice! ¡Amén!