De la Tierra Prometida al Reino de los Cielos
“En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.»” (Mateo 3:1,2)
El Antiguo Testamento relata la historia de los Patriarcas, especialmente de Abraham a quien se le atribuye ser el padre del pueblo hebreo y la historia de sus descendientes directos: Isaac, Jacob (Israel) y sus hijos. Ellos vivían en Canaan y por causa de una hambruna tuvieron que emigrar a Egipto. Allí vivieron por más de 400 años. Sometidos a dura servidumbre el pueblo clamó a Jehová para que los sacara de Egipto. Jehová los escuchó y por medio de Moisés el pueblo de Israel salió del cautiverio egipcio y permaneció en el desierto por 40 años hasta su entrada y conquista de la tierra de Canaán, la Tierra Prometida por Jehová Dios a Abraham.
Luego de la conquista, Canaán fue repartida entre las tribus de los hijos de Israel tanto al este como al oeste del río Jordán. Y entonces comenzó la historia del pueblo de Israel en su territorio. Al principio estuvo dirigido por los jueces, nombre que se le dio “a una serie de personajes que se esforzaron por dirigir al pueblo y mantenerlo a salvo de la hostilidad y el dominio de sus vecinos.”
“En uno de los muchos enfrentamientos con los filisteos, Israel resultó vencido… Entonces Samuel, a quien Dios ya había llamado a ser profeta, comenzó a dirigir a Israel también como juez, lo que hizo hasta que el pueblo expresó el deseo de tener y cito: «un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones» (1 Samuel 8:5)” (Introducción primer libro de Samuel)
Dios le concede esta petición al pueblo y se instituye la monarquía. Saúl fue el primer rey y luego David es ungido y unifica la nación. David muere y su hijo Salomón hereda el trono llevando a la nación a un mayor nivel de desarrollo. Luego de la muerte del Rey Salomón vino la ruptura de la unidad nacional, creándose el reino del norte (Israel) y el reino del sur (Judá).
El reino del sur estuvo sujeto a invasiones de los pueblos vecinos y la destrucción causó el período del exilio en donde los babilonios le permitieron a los exiliados del reino de Judá establecerse en la región de Babilonia.
Esta historia tiene una semejanza con nuestra vida personal y familiar desde que llegamos a este mundo hasta que finalmente lo abandonamos.
En el Génesis vemos como la familia de Israel emigra de su tierra natal a Egipto por causa de la hambruna que se desarrolló en la región. Esa es la historia de los emigrantes, historia que se repite una y otra vez hasta el día de hoy. Familias que emigran a otros países buscando una mejor calidad de vida.
En cuanto a nuestro desarrollo personal la primera etapa de nuestra vida es la que podríamos llamar la época de los patriarcas. La palabra patriarca y padre son sinónimos. Y en esa primera etapa de nuestra vida los padres desempeñan un papel importante inculcándonos valores morales y es por medio de ellos descubrimos y conocemos que existe un Dios que es Padre de todos nosotros al que llamamos ‘Papá-Dios.’
Luego viene una etapa tal vez de los seis a los doce años donde la disciplina desempeña un papel importante. Entramos en la escuela formal donde estamos sujetos a realizar unas tareas, tareas que debemos cumplir, o de lo contrario sufriremos las consecuencias de nuestro incumplimiento. Castigo por incumplimiento de las tareas, y malas notas en la escuela. Pienso en el tiempo en el cual el pueblo estuvo en el cautiverio egipcio, sometido a duras tareas de cumplimiento so pena de castigo.
Luego viene la adolescencia que es el período de los 13 a los 19 años. Este período se representa por el gemido y el clamor del pueblo hebreo “a causa de la servidumbre”, clamor y que “subió a Dios… desde lo profundo de su servidumbre.” (Éxodo 2:23)
Ese clamor es un deseo de libertad que vive en todo ser humano. El adolescente ha estado sujeto a la ley y reglas impuestas por sus padres en su hogar y a la disciplina que esto conlleva cumpliendo con sus deberes y responsabilidades en la escuela y en su hogar. Pero ahora el adolescente clama por su propia libertad e independencia de sus padres…porque desean comenzar a vivir su propia vida. Algunos deciden abandonar su hogar temprano, otros más tarde y algunos se quedan como el hermano del hijo pródigo en la casa de sus padres. No me extrañaría, que algunos de los judíos inseguros y temerosos decidieran quedarse en Egipto.
Pero aquellos que deciden abandonar el hogar paterno, al lograr liberarse y comenzar a ser auto-suficientes cometen errores de juicio y pueden sentirse muchas veces desorientados. No existe un mapa como tal que los lleve, digamos, a “su Tierra Prometida.” Están solos en el desierto de la nueva vida, libres de ataduras. Comienzan a establecerse metas y de esta manera a moverse en dirección a su Tierra Prometida.
La Tierra Prometida adquiere muchos significados pero uno de los más predominantes en la consciencia colectiva es llegar a ser ricos. Tener una estabilidad financiera es equivalente a estar en un lugar donde fluye leche y miel. Disfrutando de las cosas buenas que la vida puede ofrecer porque tienen el dinero para adquirirlas.
Pero no es suficiente estar disfrutando, llega el momento en que el hombre quiere establecerse, formar y tener un hogar y una familia. Y este tiempo está representado por la asignación de las tierras a las tribus de Israel y luego con el establecimiento de la monarquía.
La monarquía simboliza la unidad familiar, condición que se ve amenazada por los retos y vaivenes de la vida. El divorcio está simbolizado por la separación del reino y el exilio por el abandono del hogar por parte de uno de los cónyuges.
Algunos matrimonios se reconcilian y esto está representado por aquellos que decidieron volver a su tierra y reconstruir el templo, que simboliza el hogar. Otros permanecieron en otras tierras.
De aquí en adelante la historia y la vida del pueblo hebreo se caracterizó por sus luchas contra pueblos invasores y su vida bajo el dominio de otros imperios. Todo esto es un reflejo de los retos que enfrentamos y de las condiciones en las cuales a veces nos toca vivir por causas fuera de nuestra voluntad.
Al principio buscamos externamente una vida mejor: emigramos, trabajamos duro, logramos conquistar y adquirir bienes materiales logrando una mejor posición económica, mas sin embargo esto no nos exime de tener que enfrentar retos y luchar contra ellos.
Hay condiciones externas que nos mantienen oprimidos aunque tenemos nuestros hogares, nuestra familia y una condición económicamente estable. Pero siempre surgen situaciones externas que nos impide sentirnos totalmente libres y felices.
Esta condición está representada por la ocupación romana de Palestina, el nombre moderno de la tierra de Canaán. Esto muy bien pudiera ser un trabajo que nos produce grandes ingresos pero el cual detestamos porque las condiciones laborales son pésimas y los conflictos internos son insoportables.
Y es en medio de la dominación romana cuando surge Juan el Bautista y Jesús y comienzan a predicar acerca del Reino de los Cielos. Jesús, en Su prédica busca describir mediante el uso parábolas lo que es el Reino de los Cielos.
Las parábolas describen lo que es el reino de los cielos de maneras muy diferentes. El Maestro dice que “es semejante a”: una semilla de mostaza, a un tesoro escondido, a una perla de gran precio, a la levadura, a diez vírgenes, a un hombre que contrata obreros para su viñedo, “un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos”, etc.
Esta variedad de descripciones es indicativa de la amplitud y la profundidad del Reino de los Cielos al que Jesús localizó entre nosotros y dentro de nosotros.
Todos sabemos que por encima de toda descripción, el reino es un lugar en nuestro interior un estado de consciencia al cual todos aspiramos para alcanzar una vida mejor. Y como cada cual tiene su propia consciencia, distinta a los demás por esta razón el reino se define de una gran variedad de maneras, todas distintas.
Y aunque hemos progresado materialmente todavía no nos sentimos satisfechos, todavía sentimos y deseamos alcanzar una vida plena. Todavía sentimos un vacío interior que no logramos llenar con nada externo.
Estamos muchas veces tristes cuando debiéramos estar felices. Proyectamos una mentalidad de pobreza escatimando en todo lo que damos, como si no tuviéramos suficiente, cuando en realidad tenemos todo lo que necesitamos para vivir. Padecemos todo tipo de condiciones de inarmonía y enfermedad en nuestro cuerpo, ignorando el potencial de salud y perfección que vive dentro de cada uno de nosotros.
La proposición fundamental de este mensaje es que Jehová Dios cumplió Su promesa con Su pueblo entregándoles la Tierra Prometida, un lugar externo en “donde fluye leche y miel.” Pero esto no fue suficiente porque en consciencia el pueblo se separó de Dios viviendo en la materialidad y en el corazón de ellos nuevamente surgió el vacío y el clamor y el deseo de tener una vida plena.
Entonces Jehová, Dios oyó nuevamente el clamor de Su pueblo y esta vez le ofreció el Reino de los Cielos. Juan el Bautista y Jesús vinieron a predicar acerca de este reino.
Dios conoce el corazón humano y sabía que lo que el pueblo necesitaba no lo podía ofrecer la Tierra Prometida y por eso les ofreció el Reino de los Cielos. Ese ofrecimiento de Dios a su pueblo sigue vigente hasta el día de hoy. Con las palabras eternas de Jesús: “Es el placer del Padre daros el reino” (Lucas 12:32) queda sellado este ofrecimiento a cada uno de nosotros. Pero nos toca a nosotros llegar a ese reino.
Y por esta razón Su amado Hijo Jesucristo nos exhortó a buscar ese reino cuando nos dijo: “Buscad primeramente el reino y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura.” (Mateo 6:33) Pero todavía no hemos entendido a cabalidad la profundidad y la amplitud de estas palabras. Pero “todo tiene su tiempo y su hora debajo del sol” y llegará el momento en que no tendremos más alternativa que buscar el reino en nuestro interior.
Comenzaremos nuestro viaje, esta vez emigrando hacia nuestro interior por medio de la oración, meditación y el silencio, y arrepintiéndonos de nuestros errores, para entrar en una tierra nueva y un cielo nuevo. Ese reino es una ciudad en nuestro interior en donde viviremos en total plenitud, pues no habrá ya más noches oscuras pues el Cristo de Dios iluminará nuestro rostro con Su luz.
Entonces habremos recorrido todo el camino de regreso al Padre, desde Egipto a la Tierra Prometida, tierra nueva y cielos nuevos, y de la Tierra Prometida al Reino de los Cielos. Entrar en el reino de los cielos es entrar en la consciencia de Cristo. Y vivir en el reino de los cielos es permanecer en la consciencia de Cristo, siguiendo Su divina voluntad.
Ahora bien, ¿es esto una utopía, o una ilusión o una ficción? De ti depende porque para Dios, nada, absolutamente nada es imposible.
Meditemos….
Dios te bendice porque sabiendo estas cosas las haces.
Amén!