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¿Qué es y Dónde está el Árbol de la Vida?

“Luego dijo Jehová Dios: «El hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre».”(Génesis 3:22)

La persona común que apenas ha estudiado la Biblia lee estas palabras y le parecen como una descripción que el autor utiliza para ilustrar una dinámica donde participa Dios y el hombre en un jardín donde hay un árbol que se le llama el árbol de la vida.

Al menos así lo veía yo cuando leí esta historia por primera vez. Y como se llamaba el árbol de la vida pensé que tenía que ver algo con la vida en sí. Pero a medida que he seguido estudiando aprendí que esta historia es una alegoría pues es una representación simbólica de la verdad.

El ser humano fue creado originalmente puro, no conocía el mal. Si no puedes entender esto piensa en un bebé; ¿puedes visualizarlo sonriente disfrutando de todo lo que está a su alrededor, sin la capacidad de distinguir lo que es el bien y el mal?

Pero poco a poco fue descubriendo su propia voluntad y comenzó a buscar toda aquello que le era placentero y un día sus padres lo vieron y le castigaron porque hizo algo que no estaba permitido en el hogar.

Pero también aprendió lo que es bueno y lo que es malo, en parte porque se lo enseñaron sus padres y por otra parte por experiencia propia. Ahora el niño está consciente del bien y del mal y sabe que cuando actúa sufrirá las consecuencias de sus acciones.

Esta es la desobediencia de Adán y Eva. La muerte surge como resultado de la desobediencia del hombre a la ley divina.

El apóstol Pablo dijo: “… pues por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22-23)

Adán desobedeció la Ley y murió, pero Jesús la cumplió y resucitó. Jesucristo con Su propia resurrección garantiza la resurrección de todos aquellos que creen en Él y cumplen Su Palabra. “El que cree en mí, tiene vida eterna.” (Juan 6:47) Y “el que guarda mi Palabra, nunca verá muerte.” (Juan 8:51)

Ahora bien, ¿Qué es y donde está el árbol de la vida? En las Escrituras leemos acerca del árbol de la vida y también del árbol del bien y del mal. Y estos se localizan en el huerto de Edén.

Pero todavía se debate si realmente existió un lugar geográfico en donde estaba este huerto. Los que leen las escrituras literalmente afirman que sí, los que entienden que esto es una alegoría entienden que no existe tal lugar.

Pero independientemente del debate que pueda existir entre estas dos opiniones, lo importante es que cada cual individualmente encuentre el lugar de ese huerto de Edén y lo que éste significa en su vida.

El tema de la resurrección desempeña un papel importante en las Escrituras, y ahí encontramos la promesa de vida eterna para cada uno de nosotros. Leemos acerca de esto pero en realidad no se nos da suficiente información para entender verdaderamente qué es y donde está el árbol de la vida. Así como Ponce de León buscó la fuente de la juventud, algunos han buscado el árbol de la vida eterna.

Nosotros tenemos un cuerpo carnal pero también tenemos un cuerpo espiritual. Los dos viven concurrentemente en el espacio físico que ocupa nuestro cuerpo carnal y el cuerpo espiritual puede extenderse aunque no siempre estamos conscientes de ello.

Ambos son avivados pero de manera diferente. El cuerpo espiritual es avivado por la Palabra de Dios, es como un manantial de donde brota la corriente de vida eterna pero esta corriente no logra un contacto esencial o directo con la vida física sino que se transmuta con ciertas limitaciones.

Las limitaciones surgen cuando esta corriente de vida eterna pasa por el cedazo del alma y pierde su esencia prístina u original. De modo que cuando entra en el cuerpo de manera condensada se sujeta a las limitaciones del espacio-tiempo. Esto significa que la vida física tiene su tiempo y su espacio.

El árbol de la Vida es un fluir de vida pura, sanadora y regeneradora que está dentro de nosotros mismos. Nace en la coronilla de la cabeza y se extiende a todo el cuerpo crístico en cada uno de nosotros perpetuando así la vida eterna en él. Tiene un tronco que va desde la coronilla de la cabeza hasta nuestros órganos genitales, y sus ramas se extienden a todo el cuerpo. Y cuando desobedecemos la ley que Dios ha escrito en nuestros corazones que es ley de vida somos expulsados literalmente del huerto de Edén y morimos. El huerto de Edén es nuestro cuerpo íntegro y cuando morimos nuestro cuerpo físico es expulsado del huerto de Edén.

Ahora bien, está en nosotros avivar la corriente de vida que emana del árbol de la vida. ¿Y cómo la avivamos? La avivamos por medio de la palabra de Verdad. La palabra de Verdad tiene poder, es fuente de poder y hace un trabajo similar pero más sustancial que lo que hace una fuente de poder en un circuito eléctrico que es impulsar la corriente a través del circuito avivándolo y haciendo el trabajo para lo cual fue diseñado.

La palabra de Verdad en nosotros es la fuente de poder que va a avivar la corriente de vida pura, sanadora y regeneradora para que haga el trabajo por lo cual fue diseñado desde el principio.

Este trabajo es el cumplimiento de la voluntad de Dios en nosotros y el levantamiento del cuerpo o la resurrección a la vida eterna. Nosotros fuimos diseñados desde el principio para disfrutar de la vida eterna. Pero por un error de juicio perdimos el contacto consciente con este manantial de vida eterna, así como un dispositivo eléctrico pierde el contacto con la fuente de poder cuando hay un corto circuito.

Cristo encarnó en Jesús y Jesús fue la expresión de la obediencia a Dios en toda su plenitud y esto lo expresó cuando dijo: “Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre, que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar. Y su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.” (Juan 12:49,50)

Queridos amigos, tenemos que tener los ojos abiertos a nuestra realidad espiritual. No solo para enterarnos de las noticias día a día sino para comprender cada día más nuestra propia realidad espiritual.

Este tiempo de cuaresma es un tiempo maravilloso para la reflexión acerca de nuestra naturaleza espiritual.

De modo que reflexionamos y comenzamos a realizar el trabajo de las edades que tenemos delante de nosotros. Y este trabajo se resume en lo siguiente; espiritualizar nuestra consciencia. Y comenzamos afirmando y apropiándonos de la palabra de verdad.

Todas las palabras que habló Jesús son verdaderas. Un punto de partida es leer el Evangelio de San Juan. Busca las palabras de Jesús en ese evangelio. Estúdialas con detenimiento y comienza a apropiártelas como si fueran tus propias palabras.

Comienza esta práctica diariamente y no te desilusiones sino no vez progreso. Pues aunque no lo veas algo tiene que comenzar a surgir en tu interior. Y recuerda que Dios siempre obra en el silencio y que todo poder nace en el silencio.

A medida que continúes esta práctica debes sentir un avivamiento de tu vida interior y también de tus facultades espirituales.

El cuerpo de Cristo en ti afirmará su forma y serás transformado. Y en esto se cumplirá la palabra: “No todos moriremos pero todos seremos transformados”. (1 Corintios 15:51)

Cristo es el poder que nos levanta, y por medio de Cristo el postrer enemigo, que es la muerte será destruido. Pero todos hemos sido llamados a avivar el don de Dios que hay en nosotros. Pues escrito está: “Por eso te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti.” (2 Timoteo 1:6)

Aviva el Cristo en ti y permite que Él haga Su obra en ti. Y que estas palabras queden gravadas en tu consciencia, pues estas palabras son palabras de vida, palabras de vida eterna.

Hoy ha hablado el Espíritu de Dios aquí delante de mí y de ustedes; comienza a trabajar con el Árbol de la Vida que vive en ti y por Sus frutos lo conoceréis.

Meditemos…

Dios les bendice porque sabiendo estas cosas las hacen.

Amén.


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