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¿Cómo Expresar el Amor de Dios?

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros. (Juan 13:35)


Hoy todos estamos reunidos hoy para aprender más acerca del amor de Dios. Pero, ¡qué mucho hemos escuchado acerca del amor de Dios! ¿No es así?


Y probablemente algunos de ustedes pueden dar sus propios testimonios acerca de alguna experiencia con el amor de Dios.


A nivel humano el psicólogo estadounidense Robert Sternberg asocia 3 conceptos fundamentales para entender los tipos de amor que existen que se transforman en los 3 pasos para llegar al amor verdadero: y estos son la pasión, la intimidad y el compromiso.


La Pasión: es el primer paso y se trata de la atracción física y sexual por otra persona.


La Intimidad: es el segundo paso donde se crea el apego. Hay cercanía, proximidad y conexión. Se crean lazos más íntimos y profundos al compartir aspectos de nuestra vida. La intimidad se construye sobre la confianza, sobre la seguridad y respeto mutuo.


El tercer paso es el compromiso que requiere de la habilidad de ultrapasar y, trabajar para ultrapasar, los malos entendidos y sus angustias con el fin de estar juntos.


Sin embargo, tal como les decía en mi mensaje en el programa de este mes, todavía existe una gran cantidad de persona que no han conocido la extensión y la profundidad del amor de Dios.


Pienso que el amor de Dios se transmuta en una diversidad más extensa de formas y expresiones. Tomemos por ejemplo el amor filial, el amor fraternal, el amor platónico, o pensemos en nuestras mascotas, en el amor que le tenemos y en el amor que recibimos de ellas.


Los otros días iba caminando por el parque mirador sur y vi a dos perritos jugando y corriendo de un lado al otro de la calle. Y le comenté a mi esposa: “¡Que felices se ven compartiendo juntos!” Ahí también hay amor expresándose.


Y aquellos que cuidan de sus flores en sus jardines echándoles el agua y hablándoles palabras amorosas a sus flores también están expresando amor de Dios.


El amor de Dios es uno y proviene de una sola Fuente, de Él mismo. El amor de Dios es Dios cuidando y amando Su propia Creación, Su único y más preciado tesoro.


Pero el amor de Dios pasa a través del prisma de la experiencia humana y el ego se apropia de sus beneficios y lo desvirtúa, buscando hacer del objeto amado una posesión personal.


Conociendo que la vida se mueve de adentro hacia afuera el Maestro nos enseñó que es necesario amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

El Maestro dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” (Juan 15:12)


Este mandamiento incluye a amar a aquellos que ante nuestros ojos son desagradables e indeseables, en su trato con los demás, en la forma que se expresan, en su vocabulario, en su vestimenta y en su comportamiento en general.


Amar al prójimo es un llamado a amar a personas con las que no sentimos el más mínimo aprecio ni deseo de amarles.


Y en estas circunstancias viene la gran pregunta: ¿Cómo expresar el amor de Dios?


De modo que el primer paso que tenemos que dar para amar a esa persona y a nuestro prójimo en general, es verlos correctamente.


Y verlos correctamente es ir más allá de su comportamiento habitual y sus reacciones humanas. Es ver más allá de su humanidad, visualizar su divinidad.


Esto es muy fácil decirlo pero muy difícil de lograrlo aunque no es imposible. Miren, ustedes saben que es muy fácil comenzar a criticar a alguien por cualquier tontería que no nos gusta de esa persona.


Pero como hijos de Dios hechos a Su imagen y semejanza sabemos que tenemos todo el potencial de amar ahí mismo donde estamos. Potencial, para amar incondicionalmente.


Y esto es una elección y una decisión que tenemos que tomar. Toma por ejemplo el amor de madre. He visto ver a madres cuyos hijos se han vuelto criminales, hablar bien de ellos y resaltar sus buenas cualidades, viendo solo el bien en ellos y no el mal que han hecho.


No estoy justificando las acciones de esas personas solo estoy ilustrando el punto de que hasta en el más malvado criminal podemos encontrar algo bueno en su interior algo que podemos apreciar; lo que me lleva al segundo principio Unity que dice que todos somos inherentemente buenos porque tenemos el espíritu crístico morador.


El segundo paso para expresar el amor divino es la no-resistencia. Popularmente escuchamos el refrán que dice: “lo que se resiste persiste.” Y esto es una gran verdad. No podemos pasarnos la vida en una batalla resistiendo todo tipo de males sociales.


Mientras preparaba este mensaje me llegó a casa la visita de una pareja. El esposo me estuvo contando de una hermana que tuvo que acoger en su casa porque le diagnosticaron demencia senil, incapaz de vivir sola e incapaz de manejar sus finanzas personales.


Acoger en su casa a su hermana de 85 años no ha sido fácil quien le ha insultado diciéndole todo tipo de barbaridades, acusándolo de ladrón y que la tiene secuestrada.


Estos son momentos difíciles y oportunidades para expresar el amor de Dios. Y yo sé que a él se le hará difícil especialmente porque ella ha sido una persona de un carácter fuerte y muy desconfiada durante toda su vida. Pero aun así esta situación no deja de ser una oportunidad para que él aprenda a amarla incondicionalmente. Difícil, ¿verdad?, pero no imposible.


La clave en esto es la no resistencia. No resistir los insultos y tener la paciencia y la tolerancia para amarla como lo que realmente ella es, un maravilloso ser espiritual así como lo que somos cada uno de los que estamos aquí.


Obviamente sabemos que su comportamiento es producto de su demencia, pero sus irritantes y ofensivas palabras no dejan de su trabajo en el reino de la acción externa.


Lo que nos lleva a el tercer paso para expresar el amor de Dios y es no tomar ofensas. Esto solo se puede lograr actuando desde nuestra divinidad. Seguramente tu ego lo tomará personal, porque lamentablemente para muchos el ego se siente tan parte de nosotros mismos que muchos se confunden y terminan pesando que ellos son solo su personalidad, su ego.


Pero es ahí donde tienes que trabajar con el amor, diciéndole a tu ego que esto nada tiene que ver con él, y si tiene todo que ver con tu Cristo morador. Tomar o no tomar una ofensa es una decisión. Pero más que una decisión es lo que viene detrás, la emoción y el sentimiento que conlleva el haber tomado esa decisión.


Cuando Jesús fue apresado la reacción de Pedro fue resistir el arresto, que es lo que lógicamente hubiese hecho cualquier persona, tanto a nivel físico como verbal.


“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.” (Juan 18:10,11)


Sin embargo, la respuesta de Jesús no fue la de Pedro. “Jesús entonces dijo a Pedro: —Vuelve tu espada a su lugar… Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó. (Mateo 26:52, Lucas 22:51) Jesús no resistió ni tampoco tomó ofensa, sin embargo cuestionó el comportamiento de los que vinieron a aprisionarlo.


Una acción en tu contra o una agresión hacia ti no se contesta con otra agresión. Un insulto no se contesta con otro insulto. Esa es la ley del talión. La respuesta siempre es el amor. Puedes cuestionar las motivaciones que causan tales acciones pero cuídate de tus más íntimas emociones y pensamientos.


Para expresar el amor de Dios tenemos que echar a un lado la venganza, el rencor, la intolerancia y el prejuicio.


Expresamos el amor de Dios sirviendo y ayudando a los demás. Pero tenemos que aprender a servir y ayudar con sabiduría y buen juicio siempre estando receptivos a la instrucción de nuestra intuición.


Hay situaciones que nos tocan muy de cerca que nos llegan al alma, por ejemplo, un hijo adicto a las drogas, o un hijo que por su preferencia sexual es rechazado por la sociedad o cualquier otra situación de naturaleza similar.


La respuesta humana siempre es desenvainar la espada y hacer algo al respecto. En tales casos aquiétate y permite que Dios haga su parte, no interfieras. Este es el cuarto paso.


Permitir que Dios actúe en esas situaciones que nos tocan el alma, es un acto de amor y de confianza en Dios. Nadie conoce plenamente el bien de cada persona especialmente la de nuestros seres queridos. Nosotros podríamos pensar que lo conocemos y actuar desde nuestra humanidad. Pero más allá de nuestra humanidad está nuestra divinidad, la Presencia de Dios en nosotros buscando expresarse a través de nosotros mismos. Démosle la oportunidad a Dios, y no interfiramos en Sus acciones. Permite que el plan de Dios con esos seres queridos se lleve a cabo íntegra y plenamente.


Meditemos…


Bendecido eres porque sabiendo estas cosas las haces.


Amén.


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